(…) y en cuanto a las prácticas rurales:
¿podría acaso explotarse una estancia sin el auxilio del lazo y el resero?
Del indio aprendimos a adaptarnos al
clima de la pampa; ellos antes que nosotros practicaron los arreos; cuando sequías
o crecientes obligaron a moverse para salvar los ganados, los mestizos siguieron
sus prácticas, los pobladores criollos tampoco las desecharon y así se formo
una conciencia ganadera que hoy es ya tradición.
Se dejó el chiripá y la bota de potro
para reemplazar esas prendas por otras más de la época, se abandonó también el
calificativo que nos distinguía como grupo social para eludir las injusticias de
los que mandaban, pero somos lo que éramos porque pensamos como siempre lo hicimos.
Don Roberto dice que los hombres no se
deben juzgar por lo que hacen, pero sí por lo que piensan. Y cuidado con el que
no esté dispuesto a adaptarse: ¡cuántas fortunas y sacrificios malogrados se
conocen en la llanura porque los que ostentaban esos bienes no quisieron
aceptar los principios básicos del hombre de campo, dejando su secuela tras la
derrota! Tenemos un ejemplo elocuente en
la erosión.
“Hay
que arar”,
gritaban voz en cuello los que se consideraban precursores de nuevos sistemas;
araban y sembraban con tesón; después el ‘pampero’ se burló de ellos y si a
veces la voracidad obtuvo éxitos, éste fue efímero porque al redoblar el
entusiasmo, el viento tuvo más tierra movida para retozar y hacer médanos,
hasta que la derrota fue terminante; los innovadores debieron abandonar hasta
sus viviendas, amenazados con ser sepultados vivos por la arena. (…)
Aaron
Esevich (1907
/ 1988)
(De su libro “Un Hombre de Campo”
-memorias- 1955)
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