Por Víctor Abel Giménez - Mar
del Plata, Buenos Aires
La lucha contra el malón, que se extendió desde el año 1852 hasta 1879,
en forma ininterrumpida, debe consignarse como una de las campañas del Ejército
Argentino de mayor gravitación en la zona sur de nuestro país. La liberación de
la indiada, promovió las más enardecidas refriegas entre el aborigen y el
soldado, y en tales encuentros, debió campear siempre el coraje, la astucia y
el valor. Se pueden llenar páginas y más páginas con distintas referencias de
estas contiendas y, limitándonos a una de esas tantas, tomamos la que tiene por
principal esencia el recuerdo de una famosa caballada que prolongó sus galopes
hasta la historia.
Corría el año 1874, cuando el coronel Conrado Villegas, reconocido como
uno de los hombres más audaces y valientes para el enfrentamiento contra el
malón, formó su tropilla de animales blancos, tordillos y bayos claros, con los
cuales desempeñara su trabajo oficial en la frontera, al comando del Regimiento
3º de Caballería de Línea.
Aquellos animales, que al decir del escritor y comandante Prado,
“parecían una bandada misteriosa de fantasmas”, eran de verdadero terror para
el salvaje, al mismo tiempo que un orgullo para el jefe militar Villegas; tal
vez por todo esto, la caballada recibía los más celosos cuidados. Podía un
soldado tener frío o pasar hambre, pero a los pingos jamás les faltó su buena
ración del mejor grano y las mullidas “tapas” y mantas para protegerlos de las
inclemencias del tiempo, porque “El muy toro” -tal el mote que se le asignaba
por sus agallas al coronel Villegas-, así lo ordenaba, a causa del gran cariño
que sentía por ellos.
Esto no escapaba al conocimiento de los indios y es por eso que un día,
el cacique Pincén con su gente de pelea, trama el robo de los yeguarizos, y en
la noche del 19 de octubre de 1877, amparándose en las sombras y observando que
la guardia dormía, logra este propósito. Para realizar la audaz tarea es
menester sacar varios postes del corral de palo a pique, del costado opuesto
donde descansaban los soldados apostados, y luego, cubrir los cencerros de las
madrinas con trapos y cueros para evitar el menor ruido; tareas éstas que
cumplen los indios a la perfección y que posteriormente, propician la huida,
llevándose los blancos.
En la mañana del día siguiente y al observar lo ocurrido, el coronel
Villegas, ciego de furia, ordena el rescate de sus caballos sin medir tiempo,
distancia ni peligro.
El cumplimiento de las órdenes del coronel, no se hace esperar: con la
caballada que pertenecía al Fortín Frías -ya que sus fuerzas habían quedado sin
animales-, con cincuenta hombres al mando del mayor Germán Sosa, segundo jefe
del “3 de fierro”, se inicia la marcha en pos de la reconquista de los fletes
color de luna. Solo el desierto fue testigo presencial de aquella “topada” y en
una de las más sangrientas batallas con el malón que registra la historia,
logran el rescate de la tropilla de Villegas que, al día siguiente y tras
galopar leguas y leguas, arriba a su querencia en Trenque Lauquen.
Este fue, sin duda alguna, uno de los pasajes más salientes en la
historia de los pingos criollos y es por eso que, para perpetuar su recuerdo,
hoy cantan las guitarras una zamba (con música de Alejo D. Rípodas) que
rememora los “blancos” de Villegas: a la luz de estos antecedentes, la plenitud
de su sentido:
Pincén el cacique, ladino y
audaz,
con sus indios de pelea,
se ampara en las sombras y logra
robar
los “blancos” de Villegas.
El día siguiente testigo será
de un rescate de leyenda…
y así Trenque Lauquen los ve
regresar
al fortín de su querencia.
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