domingo, 18 de marzo de 2018

CABALLOS CRIOLLOS EN LA HISTORIA


Por Víctor Abel Giménez - Mar del Plata, Buenos Aires 

     La lucha contra el malón, que se extendió desde el año 1852 hasta 1879, en forma ininterrumpida, debe consignarse como una de las campañas del Ejército Argentino de mayor gravitación en la zona sur de nuestro país. La liberación de la indiada, promovió las más enardecidas refriegas entre el aborigen y el soldado, y en tales encuentros, debió campear siempre el coraje, la astucia y el valor. Se pueden llenar páginas y más páginas con distintas referencias de estas contiendas y, limitándonos a una de esas tantas, tomamos la que tiene por principal esencia el recuerdo de una famosa caballada que prolongó sus galopes hasta la historia.
     Corría el año 1874, cuando el coronel Conrado Villegas, reconocido como uno de los hombres más audaces y valientes para el enfrentamiento contra el malón, formó su tropilla de animales blancos, tordillos y bayos claros, con los cuales desempeñara su trabajo oficial en la frontera, al comando del Regimiento 3º de Caballería de Línea.
     Aquellos animales, que al decir del escritor y comandante Prado, “parecían una bandada misteriosa de fantasmas”, eran de verdadero terror para el salvaje, al mismo tiempo que un orgullo para el jefe militar Villegas; tal vez por todo esto, la caballada recibía los más celosos cuidados. Podía un soldado tener frío o pasar hambre, pero a los pingos jamás les faltó su buena ración del mejor grano y las mullidas “tapas” y mantas para protegerlos de las inclemencias del tiempo, porque “El muy toro” -tal el mote que se le asignaba por sus agallas al coronel Villegas-, así lo ordenaba, a causa del gran cariño que sentía por ellos.
     Esto no escapaba al conocimiento de los indios y es por eso que un día, el cacique Pincén con su gente de pelea, trama el robo de los yeguarizos, y en la noche del 19 de octubre de 1877, amparándose en las sombras y observando que la guardia dormía, logra este propósito. Para realizar la audaz tarea es menester sacar varios postes del corral de palo a pique, del costado opuesto donde descansaban los soldados apostados, y luego, cubrir los cencerros de las madrinas con trapos y cueros para evitar el menor ruido; tareas éstas que cumplen los indios a la perfección y que posteriormente, propician la huida, llevándose los blancos.
     En la mañana del día siguiente y al observar lo ocurrido, el coronel Villegas, ciego de furia, ordena el rescate de sus caballos sin medir tiempo, distancia ni peligro.
     El cumplimiento de las órdenes del coronel, no se hace esperar: con la caballada que pertenecía al Fortín Frías -ya que sus fuerzas habían quedado sin animales-, con cincuenta hombres al mando del mayor Germán Sosa, segundo jefe del “3 de fierro”, se inicia la marcha en pos de la reconquista de los fletes color de luna. Solo el desierto fue testigo presencial de aquella “topada” y en una de las más sangrientas batallas con el malón que registra la historia, logran el rescate de la tropilla de Villegas que, al día siguiente y tras galopar leguas y leguas, arriba a su querencia en Trenque Lauquen.
     Este fue, sin duda alguna, uno de los pasajes más salientes en la historia de los pingos criollos y es por eso que, para perpetuar su recuerdo, hoy cantan las guitarras una zamba (con música de Alejo D. Rípodas) que rememora los “blancos” de Villegas: a la luz de estos antecedentes, la plenitud de su sentido:

Pincén el cacique, ladino y audaz,
con sus indios de pelea,
se ampara en las sombras y logra robar
los “blancos” de Villegas.
El día siguiente testigo será
de un rescate de leyenda…
y así Trenque Lauquen los ve regresar
al fortín de su querencia.

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