“Entre las cosas que hacen para divertir a los
huéspedes, la destreza en montar a caballo es la ostentación favorita de un
estanciero. Éste dispone que traigan unos cuantos potros sin domar y que los
metan en el corral, que es un círculo cerrado de fuertes estacas clavadas en el
suelo y atadas unas a otras con tiras de cuero; algunas veces son de tapia de
tierra o piedra. Colocan una barra a una altura proporcionada en la única
entrada que tiene el corral, la cual es tan estrecha que no cabe más que un
caballo a la vez. Un peón se pone encima, abierto de piernas, y se deja caer
perpendicularmente sobre el lomo de uno de los potros que pasan al galope por
debajo, y se sostiene en pelo, sin silla ni brida, asegurando sus largas espuelas
contra la barriga del potro, el cual principia a hacer corcovos, a dar coces,
levantarse de manos, dar brincos, saltos de carnero y cuantos esfuerzos puede
para tirar al jinete, hasta que asustado y rendido, se deja manejar
perfectamente. Si el peón desea desmontar antes que el caballo esté cansado,
arma una especie de zancadilla poniendo un pie entre los brazuelos del potro,
le aprieta debajo del pecho y, poniéndose derecho, cae el caballo a sus pies,
sin hacerse daño el jinete”.
(Fuente: “Memorias
del General Miller”, de John Miller)
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