viernes, 26 de enero de 2018

EL SALTO DE LA MAROMA (1817)


“Entre las cosas que hacen para divertir a los huéspedes, la destreza en montar a caballo es la ostentación favorita de un estanciero. Éste dispone que traigan unos cuantos potros sin domar y que los metan en el corral, que es un círculo cerrado de fuertes estacas clavadas en el suelo y atadas unas a otras con tiras de cuero; algunas veces son de tapia de tierra o piedra. Colocan una barra a una altura proporcionada en la única entrada que tiene el corral, la cual es tan estrecha que no cabe más que un caballo a la vez. Un peón se pone encima, abierto de piernas, y se deja caer perpendicularmente sobre el lomo de uno de los potros que pasan al galope por debajo, y se sostiene en pelo, sin silla ni brida, asegurando sus largas espuelas contra la barriga del potro, el cual principia a hacer corcovos, a dar coces, levantarse de manos, dar brincos, saltos de carnero y cuantos esfuerzos puede para tirar al jinete, hasta que asustado y rendido, se deja manejar perfectamente. Si el peón desea desmontar antes que el caballo esté cansado, arma una especie de zancadilla poniendo un pie entre los brazuelos del potro, le aprieta debajo del pecho y, poniéndose derecho, cae el caballo a sus pies, sin hacerse daño el jinete”.

(Fuente: “Memorias del General Miller”, de John Miller)

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