Hace
ya unos cuantos años que tengo en mi poder una copia mecanografiada de éstas “memorias”,
sin haber anotado quien me las hizo llegar. Pensaba que bien podía haber sido Don
Rodolfo Nicanor Kruzich, más después recapacité que ya había fallecido al
momento en que Echegaray las data en Buenos Aires.
Considero
no perjudicar a nadie haciéndolas públicas, sobre todo porque entiendo que su
contenido es de mucho valor para el estudio de los usos y costumbres tan
vinculados a nuestras tradiciones gauchas.
Echegaray
se maneja con el mismo criterio que D. Ambrosio J. Althaparro en su “De Mi Pago
y de Mi Tiempo” y D. Nicanor Magnanini en su “El Gaucho Surero”: cuentas las
cosas tal como las conoció y se hacían en esa época en que fue testigo
presencial.
El
trabajo consta de nueve (9) hojas tipo
oficio, numeradas en el ángulo superior derecho, escritas a máquina en una sola
cara del papel, con un interlineado de espacio y medio/dos espacios; contiene
algunas enmiendas agregadas en forma manuscrita; la presente transcripción
hemos procurado hacerla textualmente, salvo alguna palabra o apellido, donde
nos hemos inclinado por una de las variantes, a fin de simplificar la lectura.
Como
carece de firma y aclaración, una tercera persona le agregó de puño y letra los
datos del autor, de donde deducimos que Echegaray era nacido en 1921.
Deseamos
disfruten de la lectura, tanto como nosotros en oportunidad de conocer el
trabajo.
Carlos
Raúl Risso – 4/02/2018
_________________________________________________________
Escrito por Luis María Echegaray, de
Chascomús, criado en Pila, (ahora cuenta con 76 años), muy manejador del lazo.
Zurdo. Tenía tropilla de lujo, ha sido resero, tropiando.
(TE 374-2885 – Callao 463 – P. 10 Dpto.
D (CP 1022)
Buenos Aires, 2 de diciembre de 1997
A
Ud. Don Lorenzo Güiraldez
A
la Señora Ramona Lagar de Irachet
A
los Señores: Pedro Luis Sarciat, Américo Galarraga, Antonio Goñi, Santos
Lennon, Jorge Gragiarena, Juan Carlos Marañón, Dr. Carlos Indalecio Gómez
Álzaga, Fernando Gómez Álzaga, Idelfonso Irulegui, Augusto Gómez Romero,
Teodoro Andrade, Polito Ulloa, Florencio Balcarce, Federido Toomey, Mariano
García Errekaborde, Máximo Boubee, Salvador Rocca, Ismael López, Ernesto
Isaeas, Jorge Mendiburo, Luis Alberto Flores, Gonzalo Tanoyra, Ricardo Cicardi,
Juan Carlos Del Valle, Agustín Ezequiel Funes, Ronaldo Parcevisas.
Dedico este trabajo con humildad porque
sé que todos Uds. Sabrán disculpar mis falencias de escritor, pero también sé
que saben lo que es tener entre las piernas un caballo bien domado para el
trabajo o polo. Mi orgullo, sería que estas humildes líneas sean transmitidas a
hijos y nietos.
LOS HOMBRES DE A
CABALLO QUE YO CONOCÍ
Domadores
o Amansadores
Hoy hablaremos de la doma que yo ví, en
un pago determinado: Pila, Ayacucho, Rauch, General Belgrano, Guido, Dolores,
Chascomús.
Cuando yo era chico en la época de 1930,
pues la Primaria todos los hermanos la hicimos en la Estancia “La Larga”, con
maestra particular – Profesora francés-
Entonces tuve oportunidad de conocer y
convivir con muchos hombres de a caballo, que eran capataces de estancia,
puesteros, mensuales, troperos, capataces de arreo y domadores, en razón de que
mi padre arrendaba en el Partido de Pila dos campos bajos tendidos con algunas
lomadas: “La Larga” de Josefina Unzué de Cobo, de 18.500 hectáreas, y “La
Limpia” de Matilde Anchorena de Verstraeten, 14.600 hectáreas, en total 33.000
hectáreas con 11.000 vacas madres shorthon, 13.000 ovejas Lincoln propias y
5.000 lanares de puesteros al 1/3 o aparcería y 1.100 yeguarizos Anglo
Normando, Percherón, Percherón cruzado con carrera, después se echaron algunos
padrillos que se cruzaron con Anglo-Normando; que se destinaban para silla para
vender a la remonta y también para arar. Por razones de zona y movimiento de
hacienda había mucho trabajo de a caballo.
ME REFERIRÉ A LA
DOMA O AMANSADURA
Hoy se ha perfeccionado mucho dado el
valor, del yeguarizo, ya sea para polo, equitación o salto y carrera; con gran
resultado se palenquea de potrillo y se lo doma de abajo antes de ensillarlo, a
lo que adhiero completamente.
Pero con el precio que hoy se paga por
la amansadura, no hay mejores domadores que antes, que ganaban $ 7.- por potro,
en cambio sobran los hombres jinetes como nunca se ha visto, pero que si un
patrón o mayordomo no domina el tema y les entrega diez o doce potros para
hacer una tropilla, al tiempo andan de reservados en las jineteadas, o en venta
para el tacho (frigorífico).
En cambio los que yo viví de la
generación del 20 al 50 eran más responsables, a pesar de los métodos más
brutos que se usaban, y sacaban muy buenos caballos.
Paso a relatar lo que yo he visto
(quedan testigos desparramados en esos pagos de estos hechos).
Allá por el año 1933 o 1934 mi padre le
dio a Celedonio Irachet (Ilacheta como le decían en el pago) 39 potros para
agarrar tres tropillas que se apartaron en el mes de marzo de 250 potros de dos
a cuatro años, se echaron a un potrero aparte para que estuvieran listos para
la agarrada. Primero se domaron las madrinas, para una tropilla de alazanes se
eligió una baya amarilla, para una de rosillos alazanes una oscura tapada, para
una de zainos negros mestizos de carera, una manchada colorada.
Para que la madrina salga buena y
obediente debe ser de la más arisca de la manada, un poco más alta y más gruesa
que los caballos.
Una vez bien amansada de abajo y muy
bien palanqueada, acostumbrada a estar maneada y trabada en el medio de un
potrero grande, conocedora de la voz y el olor de las pilchas del domador
(Ilacheta) la llevaba a la estancia y la pasaba de tiro por palenque, corrales,
galpones, orillaba la cocina de los peones, primero al tranco después al
galope, más tarde a media rienda, le colocaba cogotera, cencerro y manea.
Ese mismo se decidía a conversar con el
patrón si estabas o con el capataz que día se procedería a agarrar los potros
(por lo general era un día martes, todo esto depende del tiempo).
Se agarraban los potros en los corrales
de la manga, previa reforzada de palos y alambres. Afuera se colocaban en el
potrero doce palos de acacia de tres metros, enterrados 1,20m. no muy bien
pisoneados, para que cedieran un poco en el tirón, a los pocos años ya se
colocaban cubiertas de automotor (muy importante).
El lunes se preparaba (nunca me podré
olvidar) para el trabajo del otro día (OJO que era un trabajo más de la
estancia) los bozales, atadores, maneadores, maneas, lazos torcidos, dos lazos
chilenos y también lazos trenzados, riendas del domador, pesadas y largas para
los primeros 20 galopes.
Los potros se encerraban el lunes a la
tarde para que estuvieran livianos. También se procedía a carnear una vaca,
cuyas achuras se comían a media mañana del martes.
Al otro día antes de salir el sol
estábamos todos en los corrales, no siendo el quintero, y el herrero los demás
jinetes y no jinetes baratiábamos (montábamos todos).
Allí hice yo mis primeras armas, pero no
viene al caso y lo contaré aparte (me fue regular y lade cada ladopara abajo).
Al potro se lo enlazaba de a caballo
buscando los hombres más baqueanos y los caballos más seguros para poder dar
lazo y no pegar falsos tirones. Sabían enlazar: Severo Lalastra, Tomás
Urquieta, Lorenzo Amaya, Isidoro Díaz, Domingo Galarraga, Ramón Lagar y a veces
que venía para estas ocasiones Ignacio Aniz (tío mío) muy campero y aficionado
a estos trabajos.
Una vez enlazado el potro, se le
acercaban dos hombres uno de cada lado y le abrían el lazo delante de las
manos, a un tironcito del enlazador al entrar el lazo lo volteaban (costumbre
que se ha perdido y es muy útil).
Una vez en el suelo, previa embozalada,
el domador le ponía el bocao a su gusto en la punta de la boca. Decidía si lo
tiraría en el suelo o de a caballo, montado disparando; si el potro era de
pescuezo largo lo tiraba corriendo, y si era de pescuezo corto en el suelo. El
80% se tiraba en el suelo por orden de mi padre (Julio Ribero tan buen domador
como Ilacheta le gustaba tirar corriendo y al saber de sus buenos éxitos se lo
dejaba).
Para tirar en el suelo se lo maneaba
bien de las cuatro patas, se le pasaba el cabresto en la mano de abajo dos
veces y se ataba a la argolla del bozal, Ilacheta ordenaba a un hombre que
apretara la cabeza y a otro la cola, y él con el ayudante procedía a pegarle
tirones muy fuertes, secos (que sonaban como un tiro), procedía dar vuelta el
potro, cambiar el cabresto para pasarlo debajo de la mano, y hacía lo mismo que
anteriormente, el último tirón no aflojaba hasta que el potro quería patear, y
él decía “ya está”.
Después con la manea de las patas suavemente
se lo sacaba del corral, se lo ataba a un palo, se le tapaba la cabeza con un
cuero y se procedía a ensillarlo (Ilacheta, tenía buenas pilchas de esa época
tanto para el trabajo como para el paseo). Una vez listos el potro ya se había
decidido, por sorteo o de cualquier forma quien lo subiría, el montador con
rapidez lo subía y al grito de “Larguenmelo y que sea lo que Dios quiera”.
Antes Ilacheta, había desparramado como a cien metros dos o tres apadrinadores
cuidando la costa del alambre y él con un arreador lo envolvía por las patas
sacándolo para el lado del campo. Algunos corcoveaban y disparaban fuerte (ahí
recordando a Martín Fierro se veía el que se sabía sacudir la tierra sobre los
bastos, y había que exigirlo en la lonja por las verijas y las paletas, si no
corcoveaban no se los buscaba. No dejaba que lo tiraran en la boca, ese era
trabajo de él y el ayudante para el tercer galope. Ayudado por los apadrinadores
quienes lo acercaban al palo que se iba a atar, se apeaba el jinete con un
salto para el lado de la paleta agarrado del fiador del bozal. Se lo ataba al
palo, tratando de darlo tranquilo.
Como dije al principio esto era un
trabajo y no una fiesta, ya el enlazador venía con un potro medio ahorcado en
el lazo y se procedía a hacer el mismo trabajo anterior y así hasta concluir el
último potro. (Algunos siempre se estropeaban, si un domador agarraba trece
animales y entregaba diez u once enfrenados es correcto).
A la tarde el mismo trabajo, con menos
gente, despachando a sus obligaciones a los puesteros lejos de la estancia. Al
caer la tarde la tropilla quedaba en manos del domador y del ayudante que
previos unas vueltas comenzaba la entablada, se acollaraba el más ariscón,
largándolo a un potrero al lado de los corrales.
Al otro día el domador y ayudante al
salir el sol, tenían la tropilla en los corrales, como estaban todos
embozalados se los agarraba con un gancho que tenía un cabresto atado en la
punta, una vez atados todos, se los desvasaban y tusaba, dejándoles a todos
penacho y la cola casi al garrón (a la caída del jamón) a los alazanes que papá
había ordenado que se le dejara la cola abajo del garrón (cosa que a Ilacheta
no le gusta mucho, pero obedeció).
A la tarde le daban fuerte a la
entablada, palenqueada, manoseo, descosquillados con un maneador largo.
Al tercer día se galopeaba, taqueaba,
tratando de que aprenda a galopar. Ojo, que alguno todavía corcoveaba, y había
que mostrarles el rigor de la lonja, sin tirarlo de la boca, manejándolos con
el cabresto, el rebenque y el cuerpo.
Después de galopar un redomón lo dejaban
en el corral de al lado rienda arriba, pero por abajo los estribo, también
tenía esta buena costumbre le pasaba el cabresto por el garrón atándolo a la
argolla del bozal, y el ayudante de a caballo lo animaba para que diera vueltas
sobre la pata hasta diez o quince veces, después cambiaba el cabresto a la pata
del lado del lazo, se le ataba otra vez el cabresto a la argolla del bozal y
hacía el mismo procedimiento, con todos los redomones.
Después seguía sin aflojar galopando
todos los días (los yeguarizos son todos distintos, así que había que preveer
los posibles vicios que traen en la sangre, la patada, el mordiscón, la
boleada, evitar la vuelta afuera y también el corcovo al descuido, pero
la
experiencia del domador (Ilacheta que por experiencia, ya conocía y se la
transmitía al ayudante, que era un mocito jinete medio hermano del él).
Trataba de enseñarle a largar el galope
de parado, sin trotar, una vez fatigado un poco el redomón al volver, se
emponchaba de a caballo, y también revoleaba un maneador o un lazo, esto se
hacía antes que el redomón se avivara, ahora que esta trasijado y dolorido.
Como el domador y el ayudante hasta que
la tropilla, no esté corriente no debe ni puede hacer ningún trabajo. El
horario lo arregla a su gusto, madrugando mucho siempre, ahí empieza hacer los
galopes más largos, solía ir a la estancia, tomaba unos mates y volvía a
cambiar redomón. Solía dejar los redomones atados a soga larga (en una estaca
con un maneador de tres o cuatro brazadas).
Después trataba por orden de mi padre a
galopar todos los redomones en redondo, empezando con la mano derecha muchas
vueltas, ayudando con el cuerpo y el rebenque, después para el otro lado.
Más o menos a los veinte galopes estando
algunos redomones más dóciles, sobre todo en la boca, previa conversación con
el capataz, acercaba la tropilla, con el ayudante, adonde se estaba trabajando
algún rodeo, donde usando espuelas, sacaba con otro paisano cinco o seis vacas
tratando de paletear, y también enlazaba alguna vaca, y la arrastraba.
Inmediatamente cambiaba de redomón, y el ayudante entraba al rodeo y hacía lo
mismo que había hecho el domador, era una pérdida de tiempo, pero era necesario
para la educación der los caballos.
Si después de esta enseñanza, se sentía
seguro de no pasar un papelón, en la huella, solía agarrar un viaje en una
tropa, ya sea de la estancia o de afuera. Esto es importantísimo porque el
yeguarizo al salir de la querencia se entrega, porque es tímido y miedoso y el
domador ahí debe usar el cariño y andarlos a todos. (En esto debe colaborar un
poco el capataz de la tropa dándole tiempo a que cambie caballo el domador y el
ayudante a cada rato).
REGRESO
El regreso de un viaje, el domador
(Ilacheta) lo sabía hacer muy bien. Si ensillaba algún arisco, galopaba delante
de la tropilla hasta que se fatigaba, mientras el ayudante venía al tranco con
la yegua de tiro, después el domador se quedaba con la tropilla y el ayudante
hacía el mismo trabajo. Después largaba la tropilla por delante, la cual
trotaba, por venir rumbo a la querencia, el domador y el ayudante tranqueaban,
se usaba pasar el cabresto por entre las mano para que se arrollara, el redomón
por detrás de la tropilla se alegra mucho, y ahí se le enseña a caminar, trotar
y atravezarse en la huella, si se embravecen, galopa hasta la tropilla y cambia
redomón (y así se van tragando las leguas).
El domador (Ilacheta) trataba de galopar
todos los caballos por exigencia de mi padre, no debía haber en la tropilla, ni
sargento ni alcaldes, aunque siempre en una tropilla de redomones hay caballos
difíciles que hay que trabajar más (sobre todo en la cruza que teníamos
nosotros de Anglo-Normando que es un animal potente).
Al llegar a la estancia de vuelta del
viaje, al otro día se trabajaban fuerte en redondo, revolear el lazo, ponerse
el poncho, correrlo y hacerlo sentar en los garrones en un tirón fuerte, contra
el campo. Después bien desvasados y tusados con penacho se largaban por dos o
tres meses, por orden del capataz, as un potrero que no hubiera yeguarizos y si
era posible, lejos de la estancia (Ilacheta siempre domaba gordos).
Terminado este trabajo y con algunos
pesos nacionales en el tirador se iban a sus pagos, que era Dolores por diez o
doce días, donde tenían familia u otras cosas.
Al regresar se procedía a agarrar otra
tropilla, haciendo todo igual que la anterior.
Ese año Ilacheta, también agarró una
tropilla de catorce overos y bayos de Santiago Rocca; y una de diez blancos de
Goyti; entre el año y medio y dos años entregó todas las tropillas enfrenadas.
(Me parece verlo venir de su estancia “San Antonio” a don Santiago Rocca a
Pila, para asistir a una feria de la firma de Arturo y Martín Mendiburu) en un
overo lobuno, cortando chiquito.
ENFRENABA
A esto Ilacheta le daba mucha
importancia (y yo creo que el 30% de la doma).
a)
Que
los redomones estuvieran corriente.
b)
Que
estuvieran gordos.
c)
Con
la luna menguante.
Tenía seis o
siete frenos livianos que papá había mandado hacer con el resero de la estancia
(Calegari).
La primera vez
le ponía el freno sin riendas, largándolos en un corral redondo, previa puesta
de una bolsita con sal entre el puente y la coscoja; el segundo día con las
riendas, más bien largas atadas a un cinchón que estaba arriba de una matrita o
un cuerito.
El tercer día
con la rienda más corta y puestas abajo.
No se enfrenaba
si había viento, porque salen babosos.
Después si ya
habían tomado un poco el freno. Los largaba a una plazoleta como de media
hectárea, y hacía pasar la tropilla para que la vieran, no muy cerca, y se
embravecieran, trotaran y disparaban, a derecha e izquierda, ahí, solo aprenden
a dar rienda.
Los meses
mejores para estrenar son octubre, noviembre y hasta el 15 de diciembre.
Cuando el
domador (Ilacheta) se daba cuenta que habían tomado el freno, los ensillaba y
andaba al paso, al tranco, al galope corto. Después de varias veces, recién los
trabajaban en el rodeo, cambiando caballo después de haber corrido quince
vacunos, lo mismo hacía el ayudante.
Después de esto
podemos decir que la tropilla está domada, se le saca el penacho, pues ahora
son caballos y previa conversación con el patrón y probada, por el capataz,
entregaba la tropilla; por lo general esa era para el capataz, y la del capataz
pasaba a algún mensual o puestero gauchón.
Como mi padre
siempre producía tres o cuatro mil, novillos de su marca, y también acopiaba,
siempre caían, revisadores y compradores que al ver paletear bien, sujetar y
volver sobre la parta a un caballo mestizo de carrera, preguntaban si no lo
venderíamos. Con ese motivo se le vendieron tres caballos a Don Emilio Savagge
para el jugador de polo Alfredo Harrinthon, y a don Guillermo Edwards para
Carlitos Debasieux.
Luis María Echegaray
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