Las danzas
argentinas, en los teatros y en las salas tradicionalistas se bailaban respetando
carácter, espíritu y coreografía. Distancia, ademán gentil, y ausencia total de
“divismo”. Nadie se desvivía por ser la primera figura. Cada cual lo era en el
preciso momento.
Los malambistas
antes que zapateadores, eran bailarines. Nadie era tipo “standard”. Cada uno
tenía su personalidad, su prestigio de responsabilidad.
Nadie jugaba
-dentro de las danzas criollas- al “bolero de Ravel” ni al uso españolísimo de
girar unidos cadera a cadera, como notamos hoy, en teatros, salas y peñas,
donde la mayoría de evolucionados artistas criollos luchan por matar lo puro
del folklore, para luego luchar por resucitarlo “a su manera”…..
(De: “El Canto
del Viento” -Capítulo Destino del Canto-, de Atahualpa Yupanqui)
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