Por Carlos Antonio Moncaut (1928 / 2008)
Si tuviésemos que difundir en muy pocas
palabras a este juego, otrora común en nuestra campaña, digamos que la corrida de sortijas es toda la
habilidad del centauro concentrada en la punta de un palito.
Este juego ecuestre consistía en
colocar, en el sitio de la prueba, por lo general próximo a la esquina o
pulpería sobre la calle real, un arco del que se colgaba una sortija que a la
carrera y por turno, los jinetes intervinientes debían ensartar con un pequeño
puntero de madera o púa adornado con cintas de colores que llevaba en la mano.
Los competidores, siempre montados en
sus mejores caballos, se ubicaban en dos grupos, a ambos lados del arco, algo
alejados. Alternativamente uno de un lado y luego otro del otro, que al anuncio
del trompa de órdenes debían venir a la carrera y tratar, con el brazo
extendido, de ensartar y recoger la sortija.
En el caso de un corredor que tuviese la
suerte de ensartar la argolla, el trompa tocaba diana hasta que el afortunado
llegaba donde estaba la Comisión y recibía el anillo de oro de manos de una
niña, encargada de esa tarea. Cuando el poseedor del anillo tenía novia a quien
obsequiárselo, marchaba hacia donde ella se hallara, acompañado de otros
corredores, y a toda carrera, hacían rayar los pingos frente al sitio de
aquélla. Desmontando, le entregaba la sortija, entre aplausos y bajo el rubor
de la favorecida. Luego de esta ceremonia se reiniciaba el juego que duraba
hasta que el sol caía.
Fue el juego por antonomasia de nuestras
fiestas patrias; particularmente para el 25 de Mayo. Al amparo de nuestro
glorioso pabellón celeste y blanco, que los paisanos reverenciaban con el mismo
fervor que pusieron los gauchos de Güemes cuando pelearon con los cuchillos
enastados al extremo de las tacuaras, para asegurarnos la Independencia, al
grito de ¡Viva la Patria!
Eran tradicionales y hermosas de ver y
participar. La competencia excepcional, congregaba a los mejores fletes del
pago, ensillados con los más lujosos aperos, de purita plata, en muchos casos.
Y además, hombres y mujeres aprovechaban la ocasión para lucir sus pilchas y
dar a su ingenio rienda suelta en un clima de generosas expansiones, mientras
que cada uno probaba su suerte, aguardando la hora del baile con que se
remataba la conmemoración del gran aniversario.
(De “Pulperías, esquinas y almacenes de la
campaña bonaerense”, págs. 365/7 -10/2000-)
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