domingo, 18 de marzo de 2018

LA CORRIDA DE SORTIJAS


Por Carlos Antonio Moncaut (1928 / 2008)

Si tuviésemos que difundir en muy pocas palabras a este juego, otrora común en nuestra campaña, digamos que la corrida de sortijas es toda la habilidad del centauro concentrada en la punta de un palito.
Este juego ecuestre consistía en colocar, en el sitio de la prueba, por lo general próximo a la esquina o pulpería sobre la calle real, un arco del que se colgaba una sortija que a la carrera y por turno, los jinetes intervinientes debían ensartar con un pequeño puntero de madera o púa adornado con cintas de colores que llevaba en la mano.
Los competidores, siempre montados en sus mejores caballos, se ubicaban en dos grupos, a ambos lados del arco, algo alejados. Alternativamente uno de un lado y luego otro del otro, que al anuncio del trompa de órdenes debían venir a la carrera y tratar, con el brazo extendido, de ensartar y recoger la sortija.
En el caso de un corredor que tuviese la suerte de ensartar la argolla, el trompa tocaba diana hasta que el afortunado llegaba donde estaba la Comisión y recibía el anillo de oro de manos de una niña, encargada de esa tarea. Cuando el poseedor del anillo tenía novia a quien obsequiárselo, marchaba hacia donde ella se hallara, acompañado de otros corredores, y a toda carrera, hacían rayar los pingos frente al sitio de aquélla. Desmontando, le entregaba la sortija, entre aplausos y bajo el rubor de la favorecida. Luego de esta ceremonia se reiniciaba el juego que duraba hasta que el sol caía.
Fue el juego por antonomasia de nuestras fiestas patrias; particularmente para el 25 de Mayo. Al amparo de nuestro glorioso pabellón celeste y blanco, que los paisanos reverenciaban con el mismo fervor que pusieron los gauchos de Güemes cuando pelearon con los cuchillos enastados al extremo de las tacuaras, para asegurarnos la Independencia, al grito de ¡Viva la Patria!
Eran tradicionales y hermosas de ver y participar. La competencia excepcional, congregaba a los mejores fletes del pago, ensillados con los más lujosos aperos, de purita plata, en muchos casos. Y además, hombres y mujeres aprovechaban la ocasión para lucir sus pilchas y dar a su ingenio rienda suelta en un clima de generosas expansiones, mientras que cada uno probaba su suerte, aguardando la hora del baile con que se remataba la conmemoración del gran aniversario.

   (De “Pulperías, esquinas y almacenes de la campaña bonaerense”, págs. 365/7 -10/2000-)

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