viernes, 26 de enero de 2018

CHATAS-ESQUILAS-PUESTEROS (1940)


RECUERDO DE MI INFANCIA

Habían desatado cinco carros, o sea chatas, como antes se denominaban en la estancia donde nosotros eramos puesteros, un campo de diecisiete mil (17000) hectáreas, donde había veinticuatro mil (24000) ovejas.
Estoy hablando del año 1940. Diez puesteros con dos mil lanares cada uno, a más en cada potrero, ¡capaz! que tenían quinientos vacunos, yeguadas de cría, sobre todo percherones, se amansaban los potros para los trabajos en general, carro y demás. Pero no solo era eso: tenían que tener muy en condiciones los alambrados, tener limpios los tanques australianos de cada molino, cuidar que los roedores no destruyan los terraplenes y sobre todo los bebederos muy limpios.
Cada puestero tenía su familia y un peón por día o mensual que lo pagaba el puestero, habilitado al veinte por ciento de la venta de la lana del año, porque en esos tiempos el lanar tenía cuidado especial: curar la sarna a mano y en tiempo de parición andar con lluvias, fríos y vientos, para salvar los recién nacidos, y en tiempos de esquilas, a los animales recién esquilados llevarlos al corral o al reparo de un monte.
¿A qué viene todo esto? Esos carreros o chateros, como les decíamos antes, eran los que transportaban la lana del año, que ya enlienzada desde unos días antes en bultos de más o menos cien kilos cada uno, se cargaban en esos carros manejados por hombres muy hábiles, cargados por hombres de mucha baquía; esos lienzos de tanto peso, se embarcaban a las estaciones ferroviarias más cercanas y a los trenes de carga rumbo a Barracas, donde los estancieros tenían mucho valor.
Sigo hablando de los carreros: a cada carro le ataban catorce o más caballos según la circunstancia, a más, cada uno tenía varios caballos para ir mudando, arriados por un muchachón que tenía que traer las caballadas en las madrugadas de mucha cerrazón o lloviznas.
Yo, de esos chateros o carrero tengo la imagen patente y un recuerdo que jamás echaré al olvido, como así los años vividos en los puestos donde pasé mi infancia.

Por Ángel Feliciano Mele
(Maipú, Bs. As.)

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