Por Délfor B. Méndez
Rendir culto a la tradición es rendir culto a la patria.
Es vivir en la poesía del recuerdo, zanjeando hondo por la huella del tiempo,
intensificando los valores del alma popular, la personalidad del pueblo, para
que no se diluya en el tropel de cosmopolitismo avasallador y confuso.
No olvidemos por el poquito de
romanticismo que aún nos queda, corazón adentro, la vislumbre del pasado, las
palpitaciones de los días que fueron, las rondas del fogón costumbrista, donde
entre pláticas severas o maliciosas, se cimarroneaban esperanzas, se pitaban
ilusiones y se amontonaban sentimientos; porque en todo eso, y en algo más,
está el espíritu esencial de nuestra nacionalidad. Recordar es vivir, se ha
dicho. Recordemos nuestra tradición, pero recordémosla en el encanto menudo de
los detalles íntimos, para que sea más nuestra, más linda y más argentina.
Seamos troperos en los arreos grandes, luminosos de alba; entremos a pialar en
la faena de la hierra; cortemos habilidosamente del costillar del asador, y
juntando amistad, hagamos menos pesadas las fatigas del trabajo y más amplios
los afectos de las diversiones, siguiendo un mismo rumbo, en las buenas y en
las malas, al sol o a las estrellas, con el orgullo de nuestro destino.
Celebrando la tradición, se amalgama el
pasado con el presente y el futuro, en un trenzado de fe, de homenaje y de
reconocimiento, y hay un truco de cariño entre el Plata y la Cordillera contra
el Chaco y la Patagonia, y en la trayectoria larga de la Pampa, después de las
cuadreras se corre la sortija, y en los entreveros del entusiasmo, flamean los
ponchos como banderas de triunfo por las conquistas del pago.
Sea la emoción de los labios el rezo de
una vidalita; bordoneen las guitarras el repique de un malambo o la picardía de
un gato; haya envites de empanadas y pasteles, y destaquemos en claridad el
perfil de la fisonomía autóctona y lo característico de lo típicamente criollo.
No hay que dejar que la tradición se
pierda arrollada por el malón del progreso. Y festejemos su contenido,
encintando de celeste y blanco el corazón para alegría del espíritu.
Y saludemos con fervor patriótico de los
de antes, a don Baltazar Maciel, a don Bartolomé Hidalgo, a don Juan Godoy, a
los que vinieron después: don Hilario
Ascasubi, don Estanislao del Campo, don José Hernández, y a todos los demás,
viejos criollos, gauchos de ley, “de los que ya quedan pocos” con su sabiduría
de biblias para nuestra veneración
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